DOBLEPENSAR

Leí la novela de Orwell, 1984, en el año 1984. Yo tenía 15 años, y me hacía gracia que un libro se titulara como el año en el que estábamos. En él se contiene un neologismo que es el verbo doblepensar. Aparece a través de un personaje llamado Emmanuel Goldstein, cuya obra, Teoría y práctica del colectivismo oligárquico, leen los personajes. En ese contexto, se define literalmente así: “doblepensar significa el poder, la facultad, de sostener dos opiniones contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en la mente”. Para ello, se deben decir mentiras y creer sinceramente en ellas. Dos y dos son cinco, cuando convenga. También olvidar aquello que no convenga recordar, y solo traerlo del baúl de la memoria cuando sea oportuno..

Además “negar la existencia de la realidad objetiva sin dejar ni por un momento de saber que existe esa realidad que se niega”. Es un concepto mucho más complejo que la mentira o la hipocresía. Complementa este concepto el lema del Ingsoc (la ideología del partido dominante en la novela de Orwell): «La guerra es paz, la libertad es esclavitud, la ignorancia es la fuerza». A través del ejercicio activo del “doblepensar”, el Gran Hermano hace realidad su postulado de que “quien controla el pasado controla el futuro y que quien controla el presente controla el pasado”.

Pues bien, desde que Pedro Sánchez es presidente del Gobierno no paro de recordar este neologismo. A veces la realidad supera con creces a la ficción.

Ha quedado absolutamente demostrado desde la moción de censura contra Rajoy que el único y exclusivo objetivo de Pedro Sánchez es el poder, sin importarle los medios. En su discurso del pasado lunes en el que comunicó que continuaría, no se pudieron decir más mentiras y bulos en menos tiempo (que se acosa a su familia desde hace diez años, que ha dado este paso por motivos personales, gracias a la movilización social- que no ha existido-, una sociedad que respira paz social, hay un movimiento reaccionario mundial que conspira contra nosotros); y asimismo enumeró una serie de acciones reprobables…que él ha llevado a cabo en múltiples ocasiones sin el menor rubor (acusar de corrupta a Ayuso por hechos que han sido archivados judicialmente, acusar a Feijoo de corrupto por acciones de su mujer – que posteriormente se comprobaron falsas- y diciendo en voz alta que había más; hacer lo contrario de lo que prometió en campaña electoral; insultar a los adversarios políticos; hacer todo lo contrario a lo que prometió y que afirmó ser inconstitucional o imposible). Es Trump teñido de rojo, afirmando ser víctima de una persecución política desde los juzgados, polarizando al país como nunca antes, y además calificando a sus adversarios…como trumpistas.

Como indica Ignacio Varela en un magnífico artículo, “En estos días de vergüenza, Sánchez ha manipulado y despreciado a todos. Ha pasado por encima del marco institucional que debe rodear la posible renuncia de un primer ministro. Ha humillado a su equipo, haciendo saber que lo tenía excluido de la decisión hasta el punto de no responder a sus llamadas. Ha sometido a su partido, obligándolo a realizar un ejercicio de pleitesía caudillista que clausura definitivamente al PSOE como una organización deliberativa. Ha dicho defender el honor de su mujer por el curioso procedimiento de provocar que el nombre de ella aparezca en la prensa internacional asociado a la palabra corrupción. Ha alimentado hasta la náusea el culto a la personalidad y ha estimulado, con Zapatero como animador principal, un ciclo de reacciones histéricas por parte de personas que habitualmente se expresan con mesura y racionalidad. Sobre todo, ha elevado en varios grados la temperatura de la confrontación frentista sobre la que fundamenta su acción política desde que apareció en la escena nacional”.

Pero voy a poner el acento en dos cuestiones que son las que más me preocupan. La primera es que Sánchez ha renunciado a que el PSOE sea un partido con vocación de mayoría social (lo ha taxidermizado, en feliz expresión de Ignacio Varela), de crecer por el centro, sino en ser el primer partido de la izquierda. Por lo tanto, para poder sumar mayoría en el Congreso, no le queda otra que asumir la agenda y el vocabulario de la extrema izquierda, los separatistas y nacionalistas. Amnistía, indultos, lawfare, entre otros. Y consideración de la derecha y de aquellos que, aun siendo socialistas se le opongan, como no ciudadanos y no demócratas (y no socialistas, por supuesto). Son el enemigo, no el adversario político. Sánchez no se considera el presidente de todos los españoles, sólo de los que le apoyan. A la oposición no la considera ni siquiera como personas: por eso se puede acusar de corrupto al hermano, a los padres y a la pareja de la presidenta de la Comunidad de Madrid, y al mismo tiempo decir que a las familias de los políticos hay que dejarlas en paz, porque no todo vale. Porque sólo se refiere a las familias de los suyos.

Y como resultado, los dos partidos que representan al 74% de los españoles viven de espaldas el uno del otro, en vez de negociar y tratar de llegar a acuerdos sobre las grandes cuestiones que importan en realidad a la gran mayoría. Y una exigua minoría de apenas el 7,5% de los votos es quien en realidad condiciona el Gobierno en España, que además tiene como objetivo acabar con él y con todo el marco constitucional. Portugal está muy muy lejos de España, donde los socialistas se abstuvieron para que la derecha gobernara sin pactar con la extrema derecha. Igualito que aquí.

Y luego está la extrema izquierda, que tiene en común con los nacionalista y separatistas su concepto de democracia, consistente en que, si su bloque tiene un escaño más en el Congreso y consiguen el poder, TODOS los organismos y poderes independientes del Estado (Tribunal Constitucional, Tribunal Supremo y todos los jueces y tribunales, CNMV, Banco de España, Tribunal de Cuentas, Consejo General del Poder Judicial, etc) tienen que hacer lo que el Gobierno diga. Lo contrario es un supuesto “golpe de Estado” y “desobedecer el mandato establecido en las urnas”. Sánchez ha asumido este marco conceptual y lo ha hecho suyo, porque además conviene a sus intereses.

Sin embargo, la verdadera democracia no tiene nada que ver con esto, sino que supone la convivencia pacífica entre discrepantes. La calidad de la democracia real se mide por la independencia y la fortaleza de los contrapesos y controles, y especialmente de dos: los jueces y tribunales, por un lado; y los medios de comunicación, por el otro. Todo lo que sea debilitar o colonizar esos controles es atacarla, no defenderla. Y esos son los animales a cazar, según esta frase literal de Sánchez: “Mostremos al mundo cómo se defiende a la democracia (…) Nuestro país necesita hacer una reflexión colectiva que abra paso a la limpieza”. O sea, acabar con el enemigo. «La guerra es paz, la libertad es esclavitud, la ignorancia es la fuerza».

Y la segunda cuestión es que, mientras una parte del país vea que la otra está dispuesta a saltarse las reglas y la Constitución para conservar el poder, nos va a pasar como a Latinoamérica, cada vez seremos más pobres e iremos a peor. Los modos peronistas de nuestro presidente del Gobierno de estos últimos días recuerdan mucho al matrimonio Kirchner.

Pero por encima de todo, todo esto me hace preguntarme qué tipo de sociedad queremos. En esta estamos convirtiendo en un héroe a una persona que basa su éxito en la mentira, el engaño y la traición a su palabra, junto con la falta del menor escrúpulo. Y cuyo único objetivo ya ha demostrado con creces que es el poder, cuanto más absoluto mejor. A Sánchez se le puede aplicar esta frase de Miguel Cabanellas: «Ustedes no saben lo que han hecho porque no le conocen como yo (…) Si ustedes le dan España, va a creerse que es suya y no dejará que nadie lo sustituya en la guerra o después de ella, hasta su muerte». Hablaba del dictador Francisco Franco. Quien creyera después del sainete de los últimos días que este señor pudiera haber dimitido es un iluso. Todo fue un guión perfectamente orquestado. EL CIS ya tenía las preguntas adecuadas antes de los cinco días de «reflexión».

En la película Ninotchka (1939), dirigida por Ernst Lubitsch, hay una escena en la que el personaje de Iranoff, llegado de la URSS y alucinado por las cosas que puede hacer en París sin que haya consecuencias, le dice a su compañero: «¡podemos decir lo que queramos, podemos gritar, podemos quejarnos! Mira, ¡el servicio en este hotel es malísimo! Nadie viene, nadie nos presta atención. ¡Esto es la libertad!»

Espero que esta deriva autoritaria se pare, y no lleguemos al punto en el que tenga que estar escribiendo esto desde otro país, y cuando vengan mis amigos a verme, no tengan que salir a comprobar que allí se puede decir lo que quieras sin consecuencias.

Como Iranoff.