AMERICANS IN EUROPE. LA EMIGRACIÓN DE LOS MÚSICOS DE JAZZ NORTEAMERICANOS A EUROPA


INTRODUCCIÓN

En este artículo trato de analizar el fenómeno conocido como los ‘Americans in Europe’, es decir, la emigración de muchos afroamericanos, sobre todo músicos de jazz, desde EEUU a Europa, tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Me vino a la cabeza la idea tras leer un magnífico artículo de Manuel Recio en la revista Jot Down, en el que analiza la relación del jazz con Europa en el contexto de la Francia ocupada durante la Segunda Guerra Mundial. Pensé que sería interesante contar la historia a partir del momento en que su artículo termina, al final de la Segunda Guerra Mundial.

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Kenny Clarke, imagen procedente de http://www.drummerworld.com

ANTECEDENTES

El nacimiento del jazz en Europa es un fenómeno unido a las dos guerras mundiales, por soprendente que pueda parecer. Pero su importancia en Europa según avanza el siglo XX es cada vez mayor. Por ejemplo, cuando uno piensa en los festivales más importantes de jazz, sobre todo nos vienen dos a la mente, uno en el continente americano, el de Newport en EEUU, y otro en el continente europeo, el de Montreux en Suiza. Aunque ninguno de los dos fue el pionero de los festivales de jazz. Los primeros se celebraron en Francia, en Niza y Paris, el año 1948, pese a que el jazz sea un producto genuinamente norteamericano. También es un hecho que tres de los más destacados críticos norteamericanos de jazz, Leonard Feather, Dan Morgenstern y Stanley Dance, nacieron en Europa. Y dentro de Europa, París es posiblemente el centro más importante. En este sentido, destacar la afirmación del recién galardonado Jorge Pardo (premio al mejor músico de jazz europeo por la Academia Francesa de jazz): “París, (…) segundo puerto de jazz en el mundo después de Nueva York”. Asimismo, uno de los sellos discográficos de jazz más importantes de la historia en los últimos 40 años, ECM, lo funda Manfred Eicher en Munich en 1969.

La Primera Guerra Mundial introdujo el jazz en Europa. La presencia de soldados norteamericanos en territorio europeo tuvo como consecuencia que su música (el jazz) invadiera también de forma pacífica los gustos musicales de los ciudadanos, sobre todo entre las clases más favorecidas y los intelectuales. Los años 20 y 30 vieron como el jazz era muy popular, sobre todo en Francia y Alemania, y surgían cabarets, salas de baile, y clubes como el Hot Club de París. Berlín es la capital del jazz europeo en este momento. Por otra parte, Europa aporta al jazz movimientos propios, como el jazz manouche, popularizado por Django Reinhardt y Stephan Grappelli. La llegada de la Segunda Guerra Mundial vuelve a provocar una segunda oleada de norteamericanos en Europa, el surgimiento de los zazous como tribu urbana de la época, y la persecución del jazz por parte de los nazis como “música degenerada”. Todo esto lo explica muy bien y de forma más amplia el referido artículo de Manuel Recio.

Por otro lado, y en lo que a aspectos puramente musicales se refiere, creo que es importante hablar brevemente del surgimiento del estilo conocido como be-bop. En los años 30 determinados músicos, como el saxofonista Lester Young o el trompetista Roy Eldridge, fueron creando la transición entre el jazz tradicional de Louis Armstrong y Duke Ellington, y el jazz moderno de Charlie Parker y Dizzy Gillespie que estaba por llegar. En la década de los 40, en las sesiones del Minton’s Playhouse, estos dos músicos junto con otros, como Charlie Christian, Thelonious Monk y Kenny Clarke (un personaje muy importante en nuestra historia) fueron creando el nuevo estilo que rompería con todo lo anterior, luego conocido como be-bop o simplemente bop. Parte de los aficionados que gustaban del jazz bailable de la época swing van a rechazar este nuevo estilo, más orientado a la escucha que al baile.

LA GUERRA

Tal y como sucedió en la Primera Guerra Mundial, la Segunda Gran Guerra supone una oportunidad para los negros norteamericanos de salir de EEUU y conocer Europa. Hay un músico que ejemplifica en mi opinión este movimiento migratorio, que se denominó con posterioridad ‘Americans in Europe’: el batería Kenny Clarke. Considerado como uno de los creadores del be-bop, durante su época militar viajó por varias ciudades europeas (Liverpool, Rouen, y otras ciudades en Alemania y Bélgica), en las cuales quedó encantado con el estilo de vida europeo, y sobre todo con el trato dispensado a los negros, bastante diferente del que recibían en su país. Durante una gira con su banda militar en 1944, Clarke se encontraría por primera vez con Charles Delaunay, uno de los fundadores de la revista Le Jazz Hot, promotor musical y crítico. De aquí surgiría una invitación para el festival de Jazz de París y un largo compromiso para grabar con su sello discográfico Vogue. Asimismo, Clarke trabó relación con André Hodeir, músico, crítico y redactor jefe de Jazz Hot, y uno de los promotores del be bop en Europa; su libro Jazz, su evolución y su esencia es “el mejor libro de análisis del jazz que se ha escrito jamás”, según la revista Downbeat. Clarke se licenció del ejército en 1946, pero Europa, y París en concreto, seguían presentes en él. En ese mismo año, grabó en Nueva York el tema Rue Chaptal, que es la calle de París en la que estaba la oficina principal de Le Jazz Hot, como homenaje a Francia, Europa y su estancia allí. Siempre estuvieron en su corazón; de hecho, diez años después volvería a Europa para siempre.

EL FIN DE LA GUERRA

Kenny Clarke llegó a ser “el americano en Europa” por excelencia, como dijo Donald Byrd: “por supuesto, llegó a ser ‘the man in Europe’. Había conocido París desde los años 30 y había absorbido su cultura y su modo de vida”. No solo se integró absolutamente, aprendiendo muy bien el francés, teniendo un hijo francés, incluso comprando una casa y casándose con una mujer europea. Jugó un rol importante en el sentido de intentar convencer a muchos músicos afroamericanos para que emigraran a Europa. Algunos lo hicieron, como Ben Webster; otros como Miles Davis no, aunque éste mantuvo una relación especial con Europa, de la que luego hablaremos. Y además buscó trabajo a muchos de ellos, incluso proporcionó casa y comida a otros más jóvenes, como Nathan Davis. Además tuvo un papel de integrador de los músicos americanos con los europeos: con su big band Kenny Clarke-Francy Boland, co-fundada con el pianista belga Francy Boland, mantuvo durante muchos años un grupo de entre 13 y 17 músicos de siete u ocho países diferentes, incluyendo EEUU, Francia, Gran Bretaña, Bélgica o Alemania. De hecho, contribuyó a desmitificar el hecho de que sólo los músicos afroamericanos pueden hacer jazz. Hablando de su segundo disco, decía que “este álbum prueba que existen en Europa por lo menos tan buenos músicos como en Estados Unidos”. Y fue un elemento decisivo para extender la herencia del jazz por toda Europa.

Además de Kenny Clarke, otros músicos importantes en estos años vinieron a Europa, como Sidney Bechet o Don Byas. Este último viajó con la orquesta de Don Redman en 1946, en la primera gira europea después de la guerra realizada por una orquesta norteamericana, y decidió quedarse en París a vivir, estableciendo su residencia en París primero, y posteriormente en Holanda, hasta que murió. Como curiosidad, en 1947 y 1948 vivió en Barcelona, tocando con Tete Montoliú. Se casó con una holandesa y viajó y tocó por varios países europeos. Sidney Bechet decidió quedarse a vivir en París tras actuar en el festival de jazz en 1949. Bechet tuvo una historia curiosa, porque ya estuvo en la primera época dorada del jazz en Europa en los años 20, actuando en París con Josephine Baker y pasando una temporada en la cárcel en Francia por una pelea. De hecho, es en Londres en 1919 cuando descubre el saxo soprano y comienza a tocarlo, lo cual más tarde sería decisivo en su carrera. También se casó en 1951 con Elisabeth Ziegler, con quien tuvo una relación en Berlín durante su época europea anterior, y se convirtió en un icono del revival del jazz tradicional en Europa en los años 50.

El éxito de los primeros pioneros tuvo un efecto de retroalimentación, y causó un efecto llamada que hizo que otros muchos músicos de color cruzaran el charco. La lista de aquellos que fueron emigrando a Europa es interminable: además de los ya mencionados, el saxo tenor Johnny Griffin, en Holanda; el trompetista Art Farmer, en Viena, el pianista Mal Waldron, en Munich; el contrabajista Red Mitchell, en Estocolmo; el trompetista Chet Baker y los saxos tenores Ben Webster y Dexter Gordon o el contrabajista Oscar Pettiford son otros ejemplos ilustres. Dexter Gordon, como tantos jazzistas estadounidenses decepcionados con su país, se trasladó a Europa a comienzos de los años sesenta, estableciéndose primero en París y después en Copenhague. Durante años ha sido una de las figuras centrales del escenario jazzístico europeo. Protagonizó, en mi opinión, el mejor ejemplo llevado al cine de estos Americans in Paris, y quizá una de las mejores películas sobre jazz (junto con Bird, de Clint Eastwood), Round Midnight (1986), del director francés Bertrand Tavernier. Su papel de Dale Turner, un saxofonista norteamericano viviendo en la capital francesa en los años 50, está basado en los músicos Lester Young y Bud Powell (que vivió en París de 1959 a 1963), y en la biografía escrita por un amigo de este último mientras Powell vivió en París, Francis Paudras, un pianista aficionado que le ayudó e incluso le dio alojamiento; y por esta interpretación fue nominado al Óscar al mejor actor protagonista, y la película ganó el Óscar a la mejor banda sonora en 1986.

Un músico que tuvo una relación especial con París fue Miles Davis. Su primera visita fue en 1949, con el quinteto de Tadd Dameron y Kenny Clarke. Con 22 años quedó impresionado del trato respetuoso que recibió por parte de personas de raza blanca. Para él, los blancos tenían el poder, pero eran poco más que un hatajo de salvajes que no sabían apreciar el jazz, pero estar en París cambió su percepción. Era la primera vez que salía de EEUU. Allí se hizo amigo de Boris Vian, que le presentó a Picasso, Jean Paul Sartre, y sobre todo, a la actriz y cantante Juliette Greco. Vivió una historia de amor con ella, y también se enamoró de París. Pese a ello, Miles decidió volver a EEUU, ya que estaba casado y con dos hijos. Posteriormente, visitó la ciudad el resto de su vida, dando algunos de sus conciertos más memorables en la capital francesa. Más tarde, compuso para el director Louis Malle la banda sonora de la película Ascensor para el cadalso (1957), y a finales de los 80 participó como actor en el papel de un trompetista de jazz en la película Dingo. De hecho, el jazz fue una fuente de inspiración creativa, narrativa y técnica de los directores de la Nouvelle vague, que surge en Francia en esa misma época, como el citado Louis Malle, Jean Luc Godard, y otros realizadores influidos por ellos, como Wong Kar-Wai y Jim Jarmusch. Dos meses antes de morir, Miles Davis recibió la Legión de Honor de manos del ministro de cultura francés, Jack Lang, que lo definió muy acertadamente como el Picasso del jazz. Hubo de hecho una influencia de este estilo musical en los intelectuales europeos: por ejemplo, para Jean Paul Sartre, el jazz era la representación de la libertad.

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Miles Davis y Juliette Greco, imagen procedente de peorparaelsol.com

 

LOS MOTIVOS

Hay varias causas de que se produjera esta emigración de músicos norteamericanos hacia Europa tras la Segunda Guerra Mundial. La primera que podemos mencionar es el racismo. Para situarnos en el contexto histórico, todavía quedaban diez años años para el surgimiento del movimiento de los derechos civiles, el asesinato de Emmet Till y el boicot de los autobuses de Montgomery. Los músicos negros, cuando iban de gira, tenían que utilizar hoteles, cuartos de baño o restaurantes diferentes de los que utilizaban músicos blancos, aunque muchas veces eran miembros de la misma orquesta. Así que es comprensible que los músicos negros, que sólo habían conocido el racismo y la discriminación por parte de los blancos, quedaran favorablemente impresionados por los blancos europeos, que les trataban no solamente sin discriminación, sino que además les consideraban grandes artistas y genios de la música, dignos de veneración y respeto.

Hubo en otros campos algún caso parecido. El escritor James Baldwin, por ejemplo, emigró a París en 1948, huyendo de los prejuicios sobre su raza, y en su caso, su condición homosexual. Simplemente quería que le leyeran, según sus propias palabras, “no simplemente como un negro, o incluso, no sólo como un escritor negro”.

Kenny Clarke se fue a Francia en 1956, en sus propias palabras, por ser un país “más libre”, donde la gente, afirmaba, “no es tan superficial, y no lo juzga todo basándose en la raza”. Aunque matizando un poco, decía que el motivo principal de su emigración fue el racismo en la industria del jazz: “tan rápido como has creado algo, los blancos se apropian de ello, te lo quitan y lo explotan, porque ellos tienen el dinero”. Según Rashida K. Braggs, vivir en Francia para él no era sólo una forma de escapar de la etnicidad, sino desafiarla mediante sus actos. Sentía que podía interactuar con los otros sin ser marginado por el color de su piel. Suponía ser percibido no como un negro, sino como un músico norteamericano sin más, un ser humano poseedor de valiosas aptitudes musicales.

Duke Ellington tiene una anécdota acerca del respeto y el aprecio de los europeos a los músicos negros, relatada por Joachim Berendt: “Cierto pequeño-burgués le escribió en una ocasión que lo mejor que podía hacer era irse por el camino más rápido a África con su música de selva; Duke le contestó con toda cortesía que por desgracia no le era posible hacerlo, porque la sangre del negro norteamericano se había mezclado tanto con la del que escribía esa carta a través de las generaciones que sería difícil incluso que lo aceptaran en África. Pero que si le parecía bien al autor de la carta, podía irse Duke a Europa: «Allí sí nos aceptan.»

Otro motivo distinto del puramente racial es la persecución que hubo contra músicos de jazz por las drogas. La droga había existido entre los músicos de jazz con anterioridad, pero con el advenimiento de Charlie Parker se asociaba inconscientemente el consumo de heroína con el talento del saxofonista que revolucionó el jazz. Parecía que había que ser un yonki para tener su talento, y muchos músicos se hicieron adictos en esa época. Por parte del Gobierno (y el departamento de narcóticos de la policía) se desató una verdadera caza de brujas contra los músicos adictos, y pudo haber sido un factor, por ejemplo, en los casos de Dexter Gordon o Chet Baker. Uno de los casos más famosos fue la detención de Billie Holliday, esposada, en la cama del hospital, por posesión de narcóticos, pese a que apenas podía moverse.

Sin embargo, la mayoría de los músicos se fueron a Europa en mi opinión porque allí se sentían más apreciados como artistas y como personas. Aparte del factor raza ya tratado con anterioridad, hay otros puramente artísticos a tener en cuenta.

En Europa se tenía al jazz como un ejemplo de forma de arte, mucho antes que en EEUU. Tal y como señala Joachim Berendt: “La primera evaluación seria del jazz procedió del director suizo Ernest Ansermet, en 1919. El primer libro sobre jazz fue escrito por un belga, Robert Goffin, en 1932. La primera revista sobre jazz fue publicada por un francés, Hugues Panassié, a finales de los veintes. Y la primera discografía de jazz también fue compilada por un francés, Challes Delaunay, a partir de 1936. En aquel tiempo, el jazz ya era aceptado como forma de arte seria por muchos de los intelectuales de Europa. Grandes artistas europeos, de Hindemith a Stravinski y desde Picasso hasta Matisse, ya habían hablado de jazz y le habían rendido homenaje en sus obras; sin embargo, en su propia patria, el jazz era entonces —y durante cierto tiempo después siguió siendo— considerado como una especie de música de circo. En realidad, ya en 1976, en la enorme conferencia «Los Estados Unidos en el Mundo»  organizada en Washington, como parte de las actividades del bicentenario de la independencia norteamericana), científicos, artistas, escritores e intelectuales de Polonia, Hungría, Francia, Alemania, la India, Tailandia y Japón apoyaron mi tesis de que el jazz es la más importante aportación de los Estados Unidos a la cultura universal. ¡Los norteamericanos que participaban lo negaron categóricamente!”.

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Dexter Gordon en la película Round Midnight (1986), imagen procedente de taxi11.blogspot.com

Por otra parte, en los años 50 comienza a surgir el rock and roll y la música pop, con lo cual el jazz pierde gran parte de su estatus como música popular americana, como había venido siendo las décadas anteriores. El jazz deja de ser bailable y mucha gente le vuelve la espalda, sobre todo la juventud. A Europa también va a llegar esa música, pero más tarde de forma masiva; y de todos modos, el jazz sigue gozando de un prestigio y un público, si bien no mayoritario, sí fiel y numeroso. Y de una infraestructura alrededor del jazz (festivales, asociaciones, revistas, sellos discográficos, clubs y locales) creciente y en expansión. La diferente actitud hacia este estilo musical de la propia industria norteamericana también es un factor importante. En 1969, John McLaughlin dijo: «Sólo hay un lugar donde todo está ocurriendo: Nueva York.» Esto ciertamente es verdad. Pero siete años después, el mismo John McLaughlin decidió vivir en París, y ahora dice: «Los norteamericanos todavía no han comprendido que el jazz es un arte. Los europeos lo han comprendido. Para los norteamericanos jazz sólo significa negocio. En los Estados Unidos, la industria de los discos hace de los músicos lo que quiere.»

Dos tendencias dentro del jazz tuvieron asimismo importancia en la emigración a Europa: por un lado, un revival del jazz tradicional y del Dixieland. Este estilo llegó a Europa con nombres como Chris Barber, Ken Colyer, Monty Sunshine o Humphrey Lyttelton, que se correspondían con la influencia de músicos de jazz tradicional como Sidney Bechet (que habían hecho jazz tradicional desde hacía muchos años), y otros más jóvenes que lo descubrieron después, como Dukes of Dixieland, Eddie Condon o Turk Murphy.

Por otro lado, el free jazz, que surge a principios de los 60 como una ruptura más radical con el jazz entendido hasta entonces, incluso mayor que el bebop con el jazz tradicional, y relacionada en cierto modo con el nacimiento del movimiento de derechos civiles, tuvo una enorme aceptación en Europa, muy superior a la que tuvo en EEUU. Los primeros éxitos del nuevo jazz fueron en Europa, como por ejemplo el concierto que dio Ornette Coleman en el festival de Jazz de Berlín en 1965, que supuso un éxito espectacular y relanzó su carrera musical, después de haber sido despreciado por su propia compañía discográfica y en los clubes donde tocaba.

La AACM (Asociación para el progreso de músicos creativos), fundada en Chicago en 1965, obtuvo su primer gran triunfo en Europa, aparte de la muy limitada resonancia local que encontró en Chicago. A finales de los sesenta, en una reacción deliberada contra la falta de interés en la música free de parte del público norteamericano (y contra sus implicaciones políticas y sociales), algunos sus más importantes músicos se trasladaron a París: entre ellos, los saxofonistas Joseph Jarman y Roscoe Mitchell, el trompetista Lester Bowie, el contrabajista Malachi Favors y el multiinstrumentalista Anthony Braxton. Desde allí, el Art Ensemble of Chicago rápidamente se dio a conocer por toda Europa. Otros destacados músicos de free jazz, como Don Cherry o Eric Dolphy, también vinieron a Europa. De hecho, la forma de tocar el clarinete bajo de Dolphy ha hecho escuela con más intensidad en Europa que en América, sus principales discípulos son europeos: Willem Breuker, John Surman, Gunter Hampel o Michel Pilz.

Para concluir, podemos decir que, como termina su artículo Manuel Recio, después de la Segunda Guerra Mundial “Europa tomaba el relevo. El jazz se expandía por el viejo continente a pasos agigantados y nada ni nadie podría evitarlo esta vez…”. Aunque quizá de una forma que nadie hubiera imaginado…ni siquiera Kenny Clarke.

FUENTES

–          El jazz, por Joachim Berendt, Fondo de cultura económica, 1994

–          El jazz es, Nat Hentoff, Ediciones B, 1982

–          Rashida K. Braggs (2011): Between African-American and European: Kenny Clarke’s musical migrations, African and Black Diaspora: An International Journal, 4:2, 201-211

–          Focus on European Jazz #2: jazz in Paris. Blog

–          Jazz Profiles: Jazz in Paris. Blog

–          Jazz y nouvelle vague: artículo.

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