EL PUEBLO Y LA MAYORÍA

El pueblo. Llevo años pensando en escribir esta entrada, la tenía congelada desde enero de este año, y en este período electoral he creído oportuno desempolvarla.

Tal y como en mi juventud me preocupaba y me intrigaba la palabra nación, ahora pasados los cuarenta me intriga y me fascina esta otra: el pueblo.

En la manifestación que en cierta ocasión convocó Podemos en la Puerta del Sol se podía ver (y escuchar) profusamente la palabra. “No caben amenazas, el pueblo ya no tiene miedo”. “El pueblo ha hablado y tienen que escuchar”.  «Somos un pueblo en marcha, concentrado en una misma caldera». «Políticos, el pueblo ha despertado».

Yo me pregunto: ¿qué es el pueblo? ¿Quiénes forman parte del pueblo? Los que no estaban entonces en la Puerta del Sol, ¿son el pueblo?

Hay un primer uso de la palabra que me viene a la cabeza: el artículo 2 de la Constitución Española, que dice “La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”. Aquí cabe entender que el pueblo español somos todos los ciudadanos del Estado. Pero creo que no es ese el uso habitual que se le da, ni el que le daban en los ejemplos anteriores.

Aparte de su uso para designar la entidad de población inferior a una ciudad, su uso más habitual es asimilarlo a los trabajadores, las masas o la plebe. Por decir, lo opuesto a quienes ostentan el poder.

Y yo me pregunto en mi inocencia: mi amigo pequeño empresario que ganaba 120.000-140.000 euros al año antes de la crisis, no era pueblo, ¿verdad? Y ahora que trabaja por cuenta ajena y gana 1200 al mes, ¿ha pasado a formar parte del pueblo? Mi hermano cuando tenía su empresa y apenas ganaba para pagar los seguros sociales… ¿era pueblo? Ahora que trabaja por cuenta ajena y gana más que entonces, ¿ya forma parte del pueblo?

El que ha defraudado a Hacienda, tributando al 25% (cuando debía haberlo hecho al 52%), se saltó todas las normas de su condición de funcionario para efectuar trabajos al margen de su profesión, y creó una empresa en 2013 para facturar trabajos de 2010 (425.000 euros), ¿es pueblo también?

Una posible respuesta la da Mao Zedong: “Para comprender acertadamente los dos diferentes tipos de contradicciones, es necesario, ante todo, precisar qué se entiende por pueblo y qué por enemigo. (…) En la etapa actual, período de edificación del socialismo, integran el pueblo todas las clases, capas y grupos sociales que aprueban y apoyan la causa de la construcción socialista y participan en ella; son enemigos del pueblo todas las fuerzas y grupos sociales que oponen resistencia a la revolución socialista y se muestran hostiles a la construcción socialista o la sabotean”.

El pueblo soy yo y los que piensan como yo. Los demás son el enemigo.

Don Asclepio lo clavó aquí: “El programa no importa una mierda. Se cambia lo que haga falta. Se trata del poder,¡Coño! Lo demás es panoplia para los tontos, es decir para los sujetos atrapados en la masa. (…) A estas alturas de proceso de seducción y de promesas de venganza ya no hay marcha atrás. La ola no se para. Los escándalos y pufos de los de Podemos ya no tienen efecto: son mentiras de la casta. Una vez en marcha, el “pueblo” solo espera la palabra salvadora. No hay sentido crítico. El líder siempre tiene razón. (…) Las masas pasan del procedimiento asambleario a totalitarismo en un santiamén. Porque en ambos ya han abdicado de un criterio propio. (…) No se les vence con la razón. Ni se les convence a los fieles de nada”.

Y por supuesto el pueblo siempre tiene la razón. Para eso se refuerza la sensación de ser mayoría: por ejemplo, la canción lema de Occupy Wall Street (We are the 99 percent– somos el 99%).  Anguita lo entendió bien cuando fundó su Frente Cívico “Somos mayoría”. Errejón tras la manifestación de la que hablaba antes: «Somos muchos y somos mayoría». Si la mayoría dice cosas, no tantos no pueden estar equivocados.

Frente a esto, dos cosas: una, algunos (muchos) de mis compañeros de clase en la Universidad descubrieron en un examen de Derecho Administrativo que el que un 90% contestara incorrectamente a una pregunta y yo lo hiciera de forma correcta no implicó que el profesor pensara que la respuesta correcta era la mayoritaria, y les suspendió a todos. Dos, hay una frase muy conocida al respecto del tema cuyos ingredientes son las moscas, la mierda y la comida y que no voy a repetir. Pablo Echenique ha llegado a decir aquí que lo que piense la mayoría debe prevalecer sobre la ciencia. Y eso acojona, pero mucho. Imagínense entrar en quirófano y que los cirujanos salgan al pasillo a preguntar a la gente sobre cómo proceder en la operación (y por qué no las enfermeras o los celadores, o los cocineros del hospital, que también son pueblo).

Me acuerdo de un profesor de matemáticas que tuve en el colegio. Corrían leyendas sobre él, decían que en la guerra le habían pegado un tiro y tenía un testículo de acero. Un tipo duro, malencarado y borde. En cierta ocasión planteó una ecuación y sacó a un chico a la pizarra. No supo resolverla. Fue sacando sucesivamente a toda la clase uno por uno, y ninguno supimos la solución. Imagínense que le hubiéramos montado una manifestación, diciéndole que era casta, y como somos mayoría, pues tenemos la razón. Y por supuesto que sacarte a la pizarra era una humillación intolerable.

El problema es que esa ecuación está en la pizarra del Estado, y tenemos que elegir en breve al chico o chica que tenga que salir a la pizarra a resolverla, visto que el que está ahora no sabe. Y ahí nos estamos jugando la comida, el techo y el trabajo.

Es muy legítimo que la mayoría de la gente quiera mejorar sus condiciones de vida. España es el país en el que más aumentó la desigualdad entre 2006 y 2010, según la Organización Internacional del Trabajo. Este es el problema. Y lo que hay que buscar es la respuesta correcta.