EL ESPEJO DE LOS DEMÁS

Hace ya mucho tiempo, mi amigo Rafa Eguiguren me enseñó una lección que me ha servido toda la vida. Como ya os he contado, ya me había enseñado muchas otras cosas más. Había conocido a unos amigos suyos por primera vez, y con muchísima delicadeza vino a mostrarme que la forma que tenía de decir ciertas cosas podía dar a entender que personas a las que acababa de conocer pensaran que yo era un gilipollas.

Yo te conozco y sé que no eres así, me dijo, pero cosas dichas de una forma determinada y sin más información pueden dar a otras personas una información distorsionada de la realidad. En ese sentido, tiene razón Richard Vaughan en su libro Nuestra hora en el escenario cuando dice que la primera impresión muchas veces puede ser la última.

En Zen esto se llama actuar con un corazón generoso y una mente abierta, y supone tener en cuenta la visión que la otra persona puede tener de ti.

Yo mismo soy consciente que a veces tengo una forma de explicar las cosas como si lo que yo digo fuera la verdad absoluta, incluso puedo herir la sensibilidad de mi antagonista, aunque esa no sea mi intención. Eso puede ser excelente si eres abogado y estás razonando tu posición en un tribunal; pero en casi el resto de campos de la vida no suele ser muy rentable.

Para mí fue muy importante lo que mi amigo Rafa me hizo ver, porque hasta entonces yo no había sido consciente de ese hecho tan sencillo: una cosa es como tú mismo te percibes y cómo te están percibiendo los demás. Evidentemente tú puedes mostrarte como la persona más empática, sensible, paciente y comprensiva, y que haya personas que te perciban como un listillo o un engreído debido a sus propios problemas o complejos.

Una cosa es cómo seas tú en realidad; otra cómo te ven los demás; y una tercera es cómo te percibes tú a ti mismo. Y puede que las tres cosas sean totalmente diferentes. En general es algo importante a tener en cuenta, y me ha servido muchísimo en la vida, pero si algo valioso para ti depende de la aprobación de los demás, un error aquí puede ser catastrófico.

Malcolm X hablaba de la parábola del vaso de agua limpia y el vaso de agua sucia que le enseñó Elijah Muhammad. Si a una persona le muestras un vaso de agua sucia, beberá si está muy sediento. Pero si le dejas elegir entre el vaso de agua sucia y el vaso de agua limpia, elegirá el recipiente puro. El propio Malcolm decía que él tenía tendencia a decirle a su antagonista que su vaso estaba sucio, más que a mostrarle la limpieza del propio. Yo también tengo esa tendencia, aunque intento corregirme.

Otro ejemplo divertido es la película ‘Uno de los nuestros’: como los mafiosos sólo se relacionan entre ellos, matar a una persona y llevar el cadáver en el maletero del coche, por ejemplo, es una de las cosas más normales del mundo, y nadie se va a escandalizar por ello. Otra cuestión es qué opina el resto de la Humanidad del asunto.

Un ejemplo más político es la percepción diferente que se ha tenido en Occidente del fascismo y del comunismo tras la Segunda Guerra Mundial. Cómo se ha condenado el fascismo sin paliativos, y sin embargo el comunismo, con muchos más millones de muertos a sus espaldas, ha tenido durante décadas una pátina de respetabilidad tremenda (incluso hoy en determinados sectores la tiene). Hasta la llegada del denominado Eurocomunismo, incluso defendido en las instituciones democráticas en Occidente. Santiago González diría la doble vara de medir de la izquierda.

Y todo esto me ha venido a la cabeza a raíz de la enorme crisis por la que pasa mi partido, por la imagen que la gente me ha transmitido que tiene UPyD de un partido arisco, soberbio, bronco, autoritario. Sin entrar en si es ajustada o no a la realidad esa imagen, hay dos preguntas que contestar: primero, ¿alguien es consciente de ello? Segundo: ¿alguien ha hecho algo para remediarlo?